Hace algunos días me topé con una nota en el diario, de esas que uno no quiere leer pero se siente mal si no lo hace. Fuerte, pero necesaria. El lugar del hecho era Johannesburgo, la capital cada vez más rica y desarrollada de Sudáfrica. La nota denunciaba los incendios causados por parte de algunos ciudadanos a hogares inmigrantes de países vecinos, la mayoría proveniente de Mozambique y Zimbabwe. En el centro del recorte, una foto de un hombre en llamas demostraba la gravedad del problema.
El racismo y la xenofobia son problemas crecientes en el país más desarrollado de Africa. Esta superioridad frente a las otras naciones del continente es la principal causa de la inmigración. No hace falta mirar mucho más atrás en el tiempo (no más que una década) para ver que la discriminación marcó su historia.
Sudáfrica, un país con mayoría de habitantes negros, sufrió durante casi todo el Siglo XX uno de los procesos de discriminación más espantosos a nivel mundial, el Apartheid. Traducida al español, esta palabra significa segregación y es el método que usaron los blancos para imponerse a los negros, en la ecuación (o inecuación) política: una minoría poderosa domina a la mayoría. Los blancos tomaron las medidas más crueles pero legales, para marcar cada vez más el contraste entre ellos y el pueblo sudafricano. Las diferencias se tradujeron en falta de derechos, tantos civiles y sociales (entre otras, restricciones en el transporte y el acceso a la educación, o zonas de la ciudad con acceso prohibido para los negros) como políticos (el derecho a ocupar cargos públicos).
Sin bajar los brazos, el pueblo luchó por lo que le correspondía, y nombres como Stephen Biko, Nelson Mandela o
Cuando releeí la nota del diario que me llevó a escribir esto, volví a pensar en todos esos héroes que alguna vez lucharon para que no olvidemos los peores momentos, que los recordemos por siempre para evitar que vuelvan a suceder. Los mártires que pelearon para que, a medida que pase el tiempo, seamos cada vez mejores personas.
No causa menos que una cara de espanto ver a un pueblo enterrando su memoria, como está pasando ahora en Johannesburgo. Y, aún peor, saber que no es la primera vez que sucede, ni la última.
De todas las experiencias que vivimos a lo largo de nuestras vidas, siempre aprendemos algo. Las peores, las más tristes y duras son las mejores maestras, porque prestamos mucha más atención a lo que nos enseñan, que en los buenos momentos.
Esta lección, la que dice que la igualdad debe reinar por sobre cualquier diferencia, y que debería estar marcada a fuego en la memoria, no ha sido mal enseñada. La lección ha sido mal aprendida por la humanidad entera.
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